Solemnidad de la Santísima Trinidad.
En nuestro calendario civil, el domingo fue el Día del Padre. Rezamos por nuestros padres, que tanto tienen que ver con nuestra vida, nuestra existencia. Que los papás que están aquí, tengan un día de mucho reconocimiento, mucho respeto y mucho amor.
Evangelio según San Juan 3, 16-18 (ciclo A):
Dijo Jesús “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.”
Dios es comunión de vida.
En esta Solemnidad de la Santísima Trinidad, a veces puede resonar en nuestros oídos como una fiesta muy lejana, muy extraña, muy incomprensible, poco asible. Sin embargo, estamos en este mes fiesta tras fiesta pero cómo todo se va concatenando, se va hilando.
Fijémonos: ya hace un tiempo atrás celebramos la Pascua; luego la Fiesta de la Ascensión -donde Cristo Resucitado asciende al Padre-; le siguió la Fiesta de Pentecostés -donde el Padre con el Hijo nos envían al Espíritu Santo- y ahora entramos en la comunión propiamente dicha de Dios.
Cómo Dios es una comunión de vida por excelencia. Cómo Dios, siendo un solo Dios verdadero, son tres Personas que se relacionan y a quienes tenemos acceso por la misma revelación de Jesucristo. Lo propio del Padre es crearnos, lo propio del Hijo es redimirnos y lo propio del Espíritu Santo es santificarnos. Y cada uno de ellos tiene una función específica, un atributo propio, que nos lleva al misterio más íntimo, más profundo.
Cuando hablamos de la Santísima Trinidad estamos hablando de Dios, pero también hablamos del hombre. El hombre no puede vivir su misterio si no se abre a Dios. El hombre no se explica a sí mismo si no se abre a Dios. Cuando uno se abre a Dios, puede tener explicación, puede entenderse y darse cuenta que participa de esa comunión con Dios; pero que también uno es un misterio.
Es así que la Fiesta de la Santísima Trinidad nos lleva a este conocimiento: Dios es inagotable. Cuando nos acercamos más a Él y lo encontramos, tenemos el deseo y el ánimo de seguir buscándolo para seguir encontrándolo. Esto es fundamental: ese misterio es inagotable pero también es para nosotros.
Luego, el misterio nos lleva a una intimidad profunda: el hombre no puede ser comprendido sino en Dios. Es así que esta cercanía con Dios produce y provoca en nosotros un nuevo nacimiento. Así como Dios es comunión de vida y nos participa a nosotros, también nosotros tenemos que tener un cuidado exquisito de la comunión y de la común unión entre nosotros.
Esta Fiesta de la Santísima Trinidad nos lleva a aquello para lo cual fuimos creados, a lo más propio, a lo más específico, al futuro que no tiene ocaso, que no tiene fin: la permanente y perfecta Adoración de la Santísima Trinidad. Nosotros fuimos creados, redimidos y santificados para encontrarnos definitivamente con el Creador.
En el “mientras tanto”, en el “mientras estamos aquí”, esta Solemnidad no es un punto de llegada sino de partida. Al encontrarlo a El nos tenemos que sentir movilizados para seguir buscándolo y trabajar siempre por la comunión.
¡Feliz Fiesta de la Santísima Trinidad! ¡Levantemos nuestro espíritu y nuestra alma!
Que nos demos cuenta de aquello para lo que fuimos llamados y que podamos encontrarnos definitivamente con Él. Esa es nuestra vida, nuestra finalidad y nuestro futuro. No lo comprometamos más.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Mons. Rubén Oscar Frassia.