Miles visitan al beato y hacen sus peticiones. En grandes cajas de madera dejan cartas, sobres con dinero y hasta medicamentos. En la fila se hablan todos los idiomas pero al acercarse a la capilla, se impone el silencio y la oración.
Juan Pablo II nunca está solo. El caudaloso río de peregrinos que pasan ante su tumba dura toda la jornada, desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde. En la fila se hablan todos los idiomas del planeta pero al acercarse a la capilla, el silencio se impone de modo natural. Tan sólo se escuchan susurros: «¿Dónde está el Papa? Ah sí... ¡Esta allí! ¡Esta allí!». La Capilla de San Sebastián es tan grande que a muchos no les resulta fácil encontrar la lápida blanca sobre la que campea la inscripción «Beatus Ioannes Paulus PP. II».
La mayoría de los peregrinos han visto a Juan Pablo II en sus países o han disfrutado de algún encuentro más familiar. Un italiano ya jubilado comenta sonriendo: «Soy del coro de Varese y vine a cantarle hace años. Ahora he venido a pedirle que mantenga unida mi familia, y que a mí no me llame demasiado pronto para estar con él. Necesito seguir aquí».
Algunos usan prismáticos para ver la tumba más de cerca. Muchos toman fotografías, y algunos incluso las envían inmediatamente para confirmar que han hecho la visita y la petición. Blas, que es mexicano, comenta que ha venido a pedir por su familia y por la paz en el mundo. Una chica de Malasia se para ante la capilla mientras escucha su audio-guía y luego se queda mirando: «Yo estaba visitando la basílica pero no sabía que este Papa estaba aquí». Es un caso excepcional, pues la mayor parte de los peregrinos no sólo vienen directamente a visitar a Juan Pablo II sino que se quedan «atrapados» en el lugar.
Y los ujieres de la basílica de San Pedro, los sampietrini , tienen que pedirles continuamente que se muevan: «Prego, avanti. Please, move on. Por favor, adelante». Es un trabajo que cansa, pues, según uno de los encargados, «es duro hacerlos mover, ya que han venido para rezar. Es un trabajo que duele, y los turnos son de sólo 30 minutos, alternando con un puesto más tranquilo en la contigua Capilla del Santísimo».
Los peregrinos siguen dejando flores para Juan Pablo II, que los sampietrini llevan enseguida hasta la tumba. Los mensajes ya no se dejan por el suelo, sino que se depositan en dos grandes cajas de madera. Desde el fallecimiento del pontífice, en abril del 2005, los peregrinos -jóvenes y mayores, creyentes o no- comenzaron a dejarle mensajes sobre su tumba: pequeñas notas, tarjetas y cartas escritas como a una persona viva, como a alguien de la familia. La postulación de la causa las conserva todas, y ha permitido leerlas a la profesora Elisabetta Lo Iacono, autora del libro Querido Señor Papa. Lo que los fieles escriben a Juan Pablo II.
En las cajas es posible ver desde pequeños trozos de papel hasta grandes sobres amarillos que contienen objetos voluminosos. Algunos peregrinos echan billetes a modo de donativo, y otros dejan exvotos, que van desde miniaturas de coches hasta bolsas transparentes con medicinas, quizá para pedir un milagro o agradecer una curación. Impresiona también la intensidad de la gente que se mantiene en un segundo plano para rezar con tranquilidad.
Una joven italiana le ha pedido a Juan Pablo «una cosa muy personal»: que le ayude a responder a su «camino de fe». Dos sacerdotes ortodoxos rusos se paran en la balaustrada, y la agarran fuerte con las manos. Están conmovidos, como casi todos los peregrinos. Una mujer eslovaca comenta: «he venido a visitarlo porque lo he visto en sus dos viajes a Eslovaquia y también en una audiencia en Roma. No le pido ningún favor especial para mí sino, sencillamente, que me guíe para que yo sepa hacer lo que debo».
Cada peregrino tiene un motivo personal para venir y algún deseo, alguna petición, consciente o inconsciente. La responsable de un centro de acogida de muchachos con problemas en Treviso ha venido «a rezar por los chavales» y, además, a pedir que porque su familia pueda «aceptar bien las dificultades y el dolor, como él supo sobrellevar las contrariedades toda su vida». Le gustaría estar más tiempo, pero tiene que dejar sitio a casi un centenar de peregrinos de Bombay que rodean, apiñados, a un guía que enarbola en alto una gran rosa amarilla. En el lenguaje de las flores, el significado es «Felicidad», «Amistad» y también «Recuérdame»
Fuente: ABC.