Reflexiones radiales de Monseñor Rubén Oscar Frassia.
2º domingo de Cuaresma.
Evangelio según San Lucas 9, 28b-36 (Ciclo C).
En este Evangelio nos encontramos con la Transfiguración del Señor, donde el Padre le muestra su gloria junto Moisés y Elías: el Patriarca mediador y el Profeta. Es el Antiguo Testamento que está acompañando a Jesús, que va a vivir el momento más importante preparándose a su próximo éxodo, que deberá tener en Jerusalén.
Moisés y Elías parece que lo están consolando, animando para que dé el paso definitivo. Pero esto no significa “debilidad” del Señor, sino que es acompañamiento ante la misión de Jesucristo.
Luego está la voz del Padre que lo señala como Hijo y nos invita a escucharlo. Es “el ciervo de Yaveh que está destinado al sacrificio”. El sacrificio único que nos redime y lo hace nuestro Redentor, el Salvador, el Mesías. Y todo se va a concentrar en Jerusalén. Pero la última parte, el epílogo, no será la muerte sino la Resurrección. Es Dios que acompaña a Jesús para hacer este acto único y definitivo.
Todo esto, también tenemos que vivirlo. El hombre nace solo y muere solo. En la vida uno tiene que tomar decisiones que, muchas veces, las tiene que tomar solo. Ante grandes situaciones, ante conflictos, ante perplejidades, ante tentaciones, ante desafíos, ante miedos ¡tiene que tomar decisiones!
De allí que, cada uno de nosotros, el cristiano, debe prepararse para la misión para la madurez, para su pascua, para decirle si definitivamente a Dios. Que no tengamos miedo: el Señor pasó por nosotros; el Señor lo vivió, nosotros tenemos que repetir el mismo misterio.
Pero esta decisión de decirle si a Dios, es el acto más sublime, más humano más cristiano, más pleno, que una persona puede tomar: decidirse por Dios y alejarse de todo aquello que sea pecado.
No hay resultados tangibles, a veces, sólo la certeza de que el Señor guía nuestra historia. Muchas veces las decisiones terminan, aparentemente, en un fracaso. Pero el epílogo no es el fracaso sino que es la Vida Nueva, la Resurrección.
Que la Resurrección de sentido a nuestra vida y a las decisiones que tenemos que tomar, para ser más humanos y vivir cada vez más responsablemente como cristianos.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.