La elocuencia que las visiones de Ana Catalina le imprimen a los momentos culminantes del paso de Jesús por este mundo atraviesa las casi 200 carillas de la transcripción hecha por Clemens Brentano, que dieron lugar a la obra conocida como "La amarga Pasión de Cristo". Libro que, por otra parte, tuvo gran repercusión en su momento. Por ejemplo, respecto de la oración de Jesús en el huerto, en la cual, según el evangelio de san Lucas, el Señor "sudaba como gruesas gotas de sangre", la religiosa dice haber visto que Jesús, "empapado en sangre", oraba en una agonía casi interminable.
En los prolegómenos de su condena, cuando entre Herodes, Caifás y Pilato se dedican a decidir la muerte o liberación de Jesús, la esposa de Pilato –según Ana Catalina– juega un papel especial. Se la llama por el nombre que aparece en uno de los evangelios apócrifos: Claudia Procra. Ella se muestra interesada en la libertad de Jesús, intentando mover el corazón de su esposo de todas las maneras posibles. Pilato, a pesar de los intentos de Claudia, sucumbe ante la avanzada del Sanedrín, y condena a muerte a Jesús. La visión de la monja sobre esta situación insume varias páginas.
Los dolores físicos de Jesús aparecen en las visiones de la mística alemana con impresionante intensidad desde el momento del arresto y de la tortura. La flagelación y la coronación de espinas se describen mostrando la crueldad de los verdugos y la entrega de Jesús, indefenso, pero a la vez consciente de que DEBE soportar estos dolores porque la obediencia al Padre y la salvación de los hombres está por encima de su propia vida.
El detalle de la flagelación impacta especialmente. Ana Catalina afirma que la flagelación duró "tres cuartos de hora" y que fueron dos turnos de soldados (aclarando que estaban borrachos) los encargados de golpear, maltratar y flagelar a Jesús. Dice que sus fuerzas flaquean en muchos momentos, cayendo "bañado en su propia sangre", y que ante los golpes y atropellos, el Señor "miraba a sus verdugos con los ojos arrasados de sangre y parecía que les suplicara misericordia". Esta súplica no fue atendida por los soldados, pues "la rabia de ellos se redoblaba y los gemidos de Jesús eran cada vez más débiles". En medio de tanto dolor, dice que se destaca el consuelo de los ángeles, la oración sufriente del Señor, y el dolor de María, que aparece abatida y sostenida por algunos discípulos y María Magdalena.
Después de ser condenado a muerte, señala que Jesús es obligado a cargar con su propia cruz, al igual que ocurre en el relato del evangelio de San Juan. Pero hace una importante diferencia: describe en forma muy detallada siete caídas del Señor bajo el peso de la cruz, mientras que en ninguno de los evangelios se dice algo similar, y la tradición piadosa del vía crucis solo nombra tres caídas. La última, según ella, ocurre en el lugar mismo donde iba a ser crucificado. Y añade que luego de caer, los soldados lo obligan a pararse tirando de él para levantarlo. Ana Catalina refiere ese momento en estos términos: "¡Qué doloroso espectáculo representaba El Salvador allí de pie en el sitio de su suplicio, tan triste, tan pálido, tan destrozado, tan ensangrentado!".
Del relato de la mística alemana surge que quien está más cerca de Jesús en todo momento es su madre. María aparece sumida en un "indecible dolor" que hace que muchas veces se desmaye o pierda la conciencia. Según Ana Catalina, será la Virgen la primera testigo de la resurrección, a diferencia de lo que dicen los evangelios canónicos, que citan como la primera testigo a María Magdalena. Una mujer que, de todas maneras, se presenta en las visiones muy cercana a María, en una relación cargada de afecto.
El momento en que Jesús es clavado en la cruz es relatado de una forma particularmente cruda. La narración de los detalles de cómo fueron puestos los clavos, las dificultades "técnicas" de los soldados para clavar sus manos y sus pies, y el tormento de un cuerpo que ya no puede resistir más, no parece tener el pudor que sí tuvieron los redactores de los evangelios. En ese tramo, Ana Catalina se observa a sí misma en una actitud contemplativa, y dice que se hallaba "en la más profunda oscuridad donde no veía más que a mi Esposo clavado en la cruz". Y agrega sobre ese momento que en medio de las "siete palabras" que Jesús sentencia a modo de despedida, todo el mundo queda sumido en la misma oscuridad.
La muerte de Jesús, sin embargo, es descrita con bastante austeridad. Simplemente dice que Jesús, luego de proclamar la "séptima palabra" ("Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu"), dio un grito "a la vez suave y fuerte, que se oyó en el cielo y la tierra. Después de esto, Nuestro Señor inclinó la cabeza y entregó su espíritu".
De todas formas, la lectura de "la amarga Pasión de Cristo", debe ser hecha considerando que se trata de visiones personales, íntimas, de Ana Catalina, y que éstas no tienen otro asidero histórico más que su propia interpretación.
Textuales del relato de Ana Catalina:
Ante Pilatos, Jesús "era irreconocible a causa de la sangre que le cubría los ojos, la boca y la barba. Su cuerpo era pura llaga".
Textuales del relato de Ana Catalina:
Ante Pilatos, Jesús "era irreconocible a causa de la sangre que le cubría los ojos, la boca y la barba. Su cuerpo era pura llaga".
La flagelación duró "tres cuartos de hora", cayendo "bañado en su propia sangre" y mirando como si estuviera "suplicando misericordia".
"María se prosternó y besó la tierra allí donde su hijo había caído. Magdalena se retorcía las manos y Juan las consolaba, levantaba y alejaba".
"Ataron su pecho y sus brazos al madero para que el peso del cuerpo no arrancara las manos de los calvos. El sufrimiento era insoportable".
"La crueldad de los hombres lo desfiguró (...). Un gemido suave y claro salió del pecho de Jesús, y su sangre salpicó los brazos de sus verdugos".
La Iglesia ante las visiones de Ana Catalina.
Nacida en el pueblo de Flamsche, Münster, en el seno de una familia muy humilde y piadosa, ingresó a las 28 años en el monasterio de las Agustinas de Agnetenberg. Su vida estuvo signada por enfermedades y una invalidez tras un accidente que la postró en 1813 hasta su muerte en 1824. Desde su lecho le dictó al escritor Clemens Brentano sus visiones. Pese a su severa limitación, desarrolló un fructífero apostolado por el que fue beatificada.
La Iglesia ante las visiones de Ana Catalina.
Nacida en el pueblo de Flamsche, Münster, en el seno de una familia muy humilde y piadosa, ingresó a las 28 años en el monasterio de las Agustinas de Agnetenberg. Su vida estuvo signada por enfermedades y una invalidez tras un accidente que la postró en 1813 hasta su muerte en 1824. Desde su lecho le dictó al escritor Clemens Brentano sus visiones. Pese a su severa limitación, desarrolló un fructífero apostolado por el que fue beatificada.
Ana Catalina Emmerich mostró y experimentó en su propia piel 'la amarga pasión de Cristo', dijo el Papa Juan Pablo II cuando la beatificó el 3/X/2004. Se refería a los estigmas del padecimiento de Jesús que sufría la monja, pero no a sus relatos sobre los momentos culminantes de la vida de Jesús, que se encuentran en la categoría de visiones privadas no reconocidas por la Iglesia. Con todo, esas visiones fueron y siguen siendo hoy, a casi dos siglos de su muerte, fuente de inspiración religiosa para muchos. Además de que otros relatos de la monja, como los referidos a la vida de la Virgen, tuvieron un correlato en la realidad al permitir el hallazgo de la casa de María en Efeso.
Fuente: Valores Religiosos.