27 de julio de 2011

Un Sacerdote argentino en el corazón del África negra..

Sacerdotes argentinos misioneros en África hay varios, algunos son religiosos y otros diocesanos, y hasta hay dos obispos, uno en Angola y otro en Sudáfrica. Pero el caso del presbítero Ruiz es diferente ya que no está en África como misionero sino al servicio de la Santa Sede.


Monseñor Rubén Darío Ruiz Mainardi es argentino, nacido hace 47 años en Córdoba. Fue ordenado presbítero en Roma por el papa Juan Pablo II en mayo de 1994. Es sacerdote diocesano incardinado en la diócesis correntina de Santo Tomé, y miembro de la diplomacia vaticana. Hasta mediados de 2010 estuvo como Consejero de la nunciatura apostólica en La Habana (Cuba). Actualmente, enviado por la Santa Sede, vive en la República del Chad, en el centro del continente africano, desde donde cuenta sus experiencias en primera persona, reproducidas por la oficina de prensa del Opus Dei en Buenos Aires.

La capital del Chad es un “lugar de descanso”.
Desde hace unos meses tengo la alegría de encontrarme en la República del Chad. Es la primera vez que un diplomático vaticano reside aquí por lo que me encuentro en la larga fase de instalación.

La residencia por el momento es precaria. El personal y los medios de los que se dispone son escasos. Pero, como lo sabemos bien, nuestra fuerza no está en los medios, sino en Dios. Sabemos que se requiere paciencia, sobre todo hasta que se pueda contar con las condiciones necesarias, pero para eso me han enviado: para comenzar.

Vivo en la ciudad de N’Djaména, que en árabe chadí significa “lugar de descanso”. Es la capital del Chad y se encuentra en el Sahel, la franja de territorios que componen el área de transición entre el desierto del Sahara y la sabana africana.

Esta posición geográfica permite contemplar durante la estación seca el espectáculo de la trashumancia: el paso a pie por la ciudad que, bajo un sol abrasador y con temperaturas de más de cuarenta grados, realizan las tribus nómades del norte rumbo al sur, con miles de camellos, bueyes y cabras.

Un país de realidades contrapuestas.
El país es sumamente interesante y de realidades contrapuestas: tenemos arena en abundancia y a la vez fantásticas áreas verdes; pobreza y petróleo; musulmanes, cristianos y animistas; tribunales tradicionales (forma de administración de la justicia anterior a la colonización francesa) y tribunales de tipo occidental; sultanes y jefes de tribus; dos idiomas oficiales (árabe y francés) y más de 100 lenguas locales; un pasado (incluso muy reciente) colmado de guerras fratricidas y un presente bastante calmo; escuelas católicas, coránicas y del Estado junto a antiguos ritos de iniciación; folclore, etnias y culturas muy distintas distribuidas en una población de solo 11.275.000 de personas.

Hace unas semanas fui a escuchar una conferencia-debate en un centro católico de diálogo interreligioso. Lo curioso era que, en realidad, el 95% de los asistentes eran musulmanes. Todos se mostraban muy interesados en el tema que se discutía y participaban con sus preguntas y comentarios.

Lo que llamó mi atención fue que a la hora del ocaso se interrumpió la conferencia y todos se levantaron para rezar las oraciones indicadas por el Islam. La interrupción se realizó con muchísima espontaneidad y al finalizar los ritos obligatorios se reiniciaron las actividades con la misma naturalidad con la que se habían interrumpido.

Como yo no podía quedarme solo en la sala, cual pagano que no sabe orar, me fui por mi lado a rezar el rosario y regresé cuando la mayoría lo hizo. Me dije, entonces, un tanto sorprendido: “Se ve que tienen un ‘plan de vida’ y lo cumplen con absoluta naturalidad” y me acordé de las palabras claras de San Josemaría: “Cumplirás este plan [de vida interior], hijo, si no dejas ¡por nada! tus tiempos de oración” (Forja 737).

Una ayuda abierta a todas las personas.
Las mañanas son muy largas y productivas. Diariamente recibo la inesperada ayuda gratuita del almuédano de la mezquita vecina, que a las 4.45 am entona desde el minarete la primera adhan (llamada a la oración). Este “despertador” me sirve también para rezar por la conversión del almuédano tempranero.

Ya se han iniciado mis viajes al interior del país recorriendo las diócesis y sus parroquias, encontrándome con los obispos, los misioneros, el clero y los fieles laicos. La Iglesia Católica aquí es muy joven, tiene poco más de 70 años, no deja de crecer y tiene varios miles de catecúmenos. Cuenta con una arquidiócesis, seis diócesis y un vicariato apostólico.

Según las últimas estadísticas los musulmanes son el 50%, los cristianos el 25% y los animistas el otro 25%.

El último índice de desarrollo publicado por las Naciones Unidas, señala que el Chad ocupa el puesto 163 entre los 169 países que componen la lista; y al mismo tiempo -a causa de la especulación originada por el petróleo- su capital es -como lo indican algunos estudios- una de las ciudades más caras del mundo.

Por estas razones, la Iglesia, con sus pocos medios, da una importante ayuda a la población gracias a sus centros de alfabetización, escuelas, dispensarios y hospitales. Para mí fue una experiencia totalmente nueva visitar y dirigir unas palabras a los alumnos de algunas escuelas católicas, en las cuales el 90% de sus estudiantes son musulmanes.

Esta apertura de las acciones sociales de la Iglesia constituye en el país una de sus grandes diferencias respecto a las instituciones asistenciales organizadas por las demás confesiones religiosas.

La diversidad lingüística en algunas zonas complica bastante la tarea de evangelización. He conocido parroquias en las que hay hasta siete lenguas muy diversas. Esto hace la tarea pastoral muy compleja aún para los sacerdotes locales. Cuando visito alguna de estas parroquias intento ser breve y claro, pues cuando comienzan las traducciones en cada lengua no se termina nunca... y además, no siempre se está seguro de que los “traductores” que se encuentran en los pueblitos hayan entendido bien lo que se ha dicho.

Costumbres locales.
Cuando se llega a un lugar, en la mayoría de los casos después de cientos de kilómetros en coche, la costumbre local impone un simple ritual, que consiste en permanecer sentado (a pesar de que lo que uno desea en realidad no es otra cosa que estar un poco de pie), y beber al menos un vaso de agua.

Cumplidos estos pasos, que incluyen saludos especiales para las personas más importantes, el diálogo se realiza con gran espontaneidad. La comida tiene sus ritos que varían de región a región. Algunas costumbres me resultaron novedosas, por ejemplo, el jefe de la casa no prueba bocado hasta que todos sus huéspedes hayan terminado de comer el último plato. Por lo general, los alimentos se comen con la mano y a partir de un solo gran plato del cual se sirven todos los comensales, y los hombres comen en un lugar diferente al de las mujeres. En aquellas familias en las que hay un solo hombre, éste no come junto con su esposa, sino que invita a un amigo o vecino o asiste a la casa de estos para no comer solo.

La vida de familia se desarrolla al aire libre. Sobre todo en el campo, donde se encuentran muy pocas casas: en el norte son tiendas y en el sur chozas. En ambos casos, se trata de un solo ambiente, muy pequeño y sin ventanas. En realidad, tanto las tiendas como las chozas no están concebidas para habitar en ellas, sino únicamente para dormir y guardar las pocas pertenencias.


Una profunda sed de Dios.
Es verdad que tratándose de una evangelización muy reciente, quedan en la población todavía muchos elementos de superstición, pero es también verdad -y cuánto me alegré al notarlo- que hay una profunda sed de Dios. Aquí todos rezan mucho: musulmanes y cristianos; y todos quieren conocer más a Dios y aprender.

En cada uno de los países a los que hasta ahora fui enviado (Congo, Gabón, Eslovenia, Macedonia, Suiza, Liechtenstein, Cuba y Chad) me sigue ayudando a entender las culturas y a vivir intensamente mi ministerio en medio de gente tan distinta lo que nos enseñó San Josemaría: “El mundo nos espera. Si amamos apasionadamente este mundo es porque Dios así nos lo ha enseñado y porque es el lugar de nuestro campo de batalla -una hermosísima guerra de caridad-, para que todos alcancemos la paz que Cristo ha venido a instaurar”.+

Fuente: AICA.